I am Ozzy (Confieso que he bebido)

«Mi padre siempre pensó que yo haría algo grande: “Tengo una corazonada, John Osbourne”, me decía después de unas cuantas cervezas, “o acabas haciendo algo muy especial o acabas en la cárcel”. Y llevaba razón el viejo: antes de cumplir los dieciocho ya estaba en la cárcel.»
Ozzy Osborne
El máximo vocalista de la escuela demente nunca terminó el bachillerato, pero posee tres títulos nobiliarios concedidos por aclamación: príncipe de las tinieblas, cafre laureado y padrino del heavy metal. Lo que no tiene, sin embargo, es vergüenza ni cordura ni sentido del ridículo. Afortunadamente, cabría añadir, porque habría bastado una pizca de decoro o un poco de amor propio para que este divertidísimo libro no existiera: al fin y al cabo, nadie en su sano juicio confiesa con una alegre sonrisa que acabó en la cárcel por robar tres veces seguidas en la misma tienda, que en su juventud sólo fornicaba con mujeres feas, que orinó contra su futuro suegro, que descabezó una paloma (viva) mediante un certero mordisco frente a un cónclave de ejecutivos horrorizados y repitió luego la operación con un murciélago para espanto de los presentes en uno de sus conciertos, que nada más llegar a una lujosa clínica donde se redimen borrachos arrepentidos preguntó por el bar pensando que en aquel sitio enseñaban a beber con elegancia, que su tarta de hachís rancio puso a un bondadoso párroco en los umbrales de la vida eterna, que se ha dedicado al exterminio de gallinas, que ha expulsado sus peores secreciones en los lugares y momentos menos oportunos… Cosas tan delicadas no se le cuentan ni al confesor salvo cuando uno se ríe de todo y sobre todo de su sombra.